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Un hombre mira
Un hombre mira con extraño encanto las chimeneas. Tiene unos cincuenta años. Está cansado, como todos, ¿vendrás a tomar algo? Y alguien le llama por el mote, pero omitiremos el nombre y el mote.
¿Qué miras? ¿Quieres volver ahí? Vamos. Vamos a tomar una copa. Y le toma del brazo. O se deja coger y responde ¡va! Y camina junto a los otros hombres y mujeres que dejan la fábrica atrás.
Unas horas después llega a su minúsculo apartamento. Ha bebido. Busca algo para comer pero un pensamiento le hace olvidar el hambre. Y mira por la ventana. Se sienta, abre otra cerveza y mira por la ventana. Desde allí ve las chimeneas de la fábrica. Entonces coge un papel ¡no! deja el papel y busca algo en la caja de herramientas y comienza a moverse nervioso por el apartamento. Busca el papel que dejó ¿dónde está? Y lo encuentra, y anota números. Y pasado el instante de nervios se sienta. Abre otra cerveza y se queda dormido con una extraña sonrisa.
Han pasado tres días. Desde un despacho otro hombre apura las horas. Hace 15 minutos que sonó la sirena pero aún espera. Y en señal de nerviosismo tabletea con los nudillos en la mesa. Espera una llamada. Mira por la ventana. Allí están los hombres y mujeres que vuelven a casa y piensa ¡qué diablos!
Suena el teléfono. Si la conversación no es muy larga y no hay problemas saldrá treinta minutos tarde. Solo treinta minutos tarde. Arreglar el asunto. Ducharse. Marcharse. Escapar.
-¿Sí?
-Ya hay respuesta.
-Dime.
-De verdad que ese aire que tenéis ahí no es bueno.
-¿Que qué han dicho?
-No hay problema. Incluso les ha parecido una buena idea. Que si quiere puede quedarse a vivir en la chimenea, pagando alquiler por todo, claro. Te mandaré la tarifa. La han decidido esta misma mañana.
El hombre cuelga el teléfono. Coge un sello, reconoce la letra del escrito de petición que llegó hace dos días y de un fuerte golpe, con un sello que tiene el logotipo de la empresa, deja impreso: aceptado.
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